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sifarnodo

Criticando

Opiniones (1)

Bueno, os transcribo la primera reseña sobre el libro, que ahora rescato.

 

Sifarnodo, noches de luna oscura.

No acostumbro a reseñar los libros de mis conocidos, ni tan siquiera a criticarlos, salvo en círculos muy íntimos, en parte porque considero que el esfuerzo de escribir merece en sí mismo todo mi respeto, en parte porque soy consciente de que mi intransigencia hacia aquellos que me defraudan literariamente roza la crueldad.

Sin embargo, quizá porque esta vez lo he palpado de cerca, me siento obligada a hablar de Sifarnodo y sus noches de luna oscura.

La singularidad de este libro reside, ineludiblemente, en la peculiaridad de su autor. Para aquellos que lo conocen, Juan de Dios se descubre en mil caras invisibles al ojo humano. La más tierna: “Y las nubes, y las nubes, por ti que las pinto azules”.

La más sardónica: “de plantar no me arrepiento.... muero esperando cosecha”.

La más cruel: “Solo, como la colilla mal tirada a los pies de tu limpia acera”.

Y la más atormentada: “Triste, como la mierda de los pájaros en el cristal de mi vida”.

Para aquellos que no han tratado en persona a Juan de Dios Sáez Clavijo, con este libro disfrutarán del lujo de conocer a Sifarnodo, su alter ego, un tipo oscuro y desgranado en sentimientos, exhortado hacia la lírica por los estupefacientes y el alcohol.

 

No explicaré nada más. Me parece absurdo reseñar este experimento literario porque no es entendible, es sensible. Y, como muestra de lo que digo, dejo una anécdota a modo de botón.

 

Hace unas semanas, mientras ayudaba al autor con la maquetación del libro, me detuve más de lo imprescindible en un texto titulado “Un atardecer” que atrajo mi atención (“El vino resbala en cristalina y alegre cascada, formando juguetones óvalos que perseveran su arrojo ante el suave cristal...”).

A lo largo de toda la página, el autor se dedicaba a cruzar escenas inconexas que flotaban en una neblina de frases imposibles (“... las caricias con las que curaba mi arrepentimiento...”).

No lo sabía entonces, pero cada una de esas frases que destacaba como un faro en el mar oscuro de esa página era una clave, una sacudida para desentrañar sensaciones (“... unos cuantos billetes sobre la mesa del bar...”).

 Confieso que no entendí el significado de ese breve, ni su principio, ni su final y, sin embargo, no me importó, porque percibí la intranquilidad, el miedo, la pena y el intenso dolor que emanaban de semejante sinsentido constructivo (“... gasa que empapará sus secos labios de recuerdos...”).

—Si te provoca cualquier tipo de emoción intensa, es arte —decía mi profesor de Color de primero de especialidad.

Así se lo hice saber a Juan de Dios, y le hablé de las emociones que me inspiraba esa historia, consciente del valor de sus letras, aunque omití, un poco avergonzada, la parte en la que no entendía el significado de lo que había querido contar (“Mi hermano (...) golpetea con ritmo su huesudo pijama...”).

Él se dio por satisfecho con mi pobre comentario y añadió con sencillez:

— Sí, ¿eh? Pues sucedió justo así, como lo cuento. Así murió mi padre.

Opiniones (2)

Opiniones (2)

Bueno, aquí os dejo la opinión de Rubén Castillo Gallego. Bien. Feliz y contenta andará la bestia en su mazmorra. Gracias. http://rubencastillo.blogspot.com/2012/01/sifarnodo.html