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sifarnodo

El correo de las trincheras (II)

Esta noche es tranquila, como tantas otras.

Las noches sin luna, esas cerradas, oscuras, son las que aprovechamos para descansar. Ahorramos munición para los días de luna llena, cuando es más fácil acertar, y aprovechamos para gastar, a ratos, las balas de las cajas viejas. Las que, de cada dos, una termina encasquillando el fusil y abriedo con acertadas esquirlas agrios cortes en la piel. Son esas noches en las que hay que escudriñar, con los ojos enturbiados, buscando en la negrura de la bruma, la brasa de un triste cigarrillo o la risa de un oficial borracho y envalentonado.

Pienso. Pretendo descansar. Confiado. Inquieto.

Demasiado tiempo esperando mi lamento. Infinitas noches vigilando, con un ojo cerrado y otro abierto, temiendo que hoy será ese día, que va llegando el momento. Adormecido, sueño que la guerra ha terminado. Que sonrío. Que arranco flores en el campo yermo. Y que cojo un puñado de la tierra de nadie, y que la guardo en mi bolsillo de recuerdos.

El dolor ha sido intenso. Sin un ruido. Sin aviso. Bala perdida que deja boquete limpio, redondito, fino, leso. De las que avisó el sargento. El corazón ardiendo, el estómago seco. Sangre oscura, borbotón denso.

Y sueño que la guerra ha terminado. Y mi bolsillo, justo a la altura del pecho, va vertiendo suavemente, por el fino agujerito, poquito a poco la tierra, poquito a poco recuerdos.

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