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sifarnodo

Amores prohibidos (3)

Menes ha estrellado contra la pared uno de los cuencos que contuviera los frutos para el viaje. Escoge, metódico, uno de los trozos resultantes del desastre, evitando imaginar que la llama de la antorcha es tan débil como su propia vida, que los trocitos de barro son tan frágiles como su inquieta alma… que ni siquiera reconoce su destino ni a su propia realidad.

El atardecer enrojece el ambiente en la habitación. El aire caliente, seco y despiadado, no se menea lo suficiente como para que los cuerpos, desnudos, empapados en ardiente sudor, acompañen la pasión con ligeros toques de frescor. Humedad pegajosa, furtivo amor.

La negrura de su sombra, compite con los arrebatos de la brea que prende y alimenta su ansiedad. En su cabeza, ahora le persiguen los lejanos gritos del esclavo que degolló años atrás. Aquí debes hacer un hueco, aquí -le ordena poco antes de matar.

Mi amado Menes, un día, cuando él ya no esté, emprenderé el largo viaje. Y tú. Tú me acompañarás eternamente. Sólo la muerte puede unirlos de verdad. No, escaparemos, lo sé -escribe él. El brillo de su mirada le hace comprender. De nuevo una sola alma, unidos en un solo ser, en un sueño, en la gratitud de vivir como cualquiera de los demás, escondidos para siempre en su placer.

Con la pieza de barro, araña confiado la estudiada junta entre dos de las piedras que conforman el suelo. Bajo la disimulada losa aparece una tosca cavidad. El lamento es sordo, es gutural. Ahora son sus propios gritos, los que cree recordar. Sangre. Dolor. El instinto se agarra a su propia lengua, retorcida, dura, seca, engarzada en el colgante que hace años recibió. La oquedad está vacía, nada hay. Ni papiros, ni brea, ni antorchas que quemar. Nunca sabrá cómo la ha de encontrar, cómo salir, cómo escapar juntos de allí.

Ruidos de piedras gigantes que sellan estancias, cierran pasillos, ciegan para siempre verdades, amores… realidades.

El hijo del faraón, que tan asombroso parecido guarda con Menes, el arquitecto real, cumple el juramento que a su padre hizo, mientras serio, aletargado, implacable, ordena sepultar la última puerta, puerta que entierra un amor, puerta que ya estaba muerta.

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